Destello 10

Cada quince días, los jueves, de cuatro a seis de la tarde, fue como establecieron verse. En las afueras, aunque no muy alejados para regresar rápido, en hoteles con la pintura agrietada, cuadros feos, armarios que huelen a naftalina y espejos desportillados. A ella le gustó de él su pelo engominado, que vistiese trajes (pensó que sería ejecutivo), el perfume (tan diferente a la peste a tabaco de su marido) y el cutis suave, sin rastro de barba que le irritara los labios.
En las habitaciones contiguas escuchaban roncar a camioneros o eructar a comerciales que bebían cerveza mientras miraban un partido de la liga inglesa. Pero ellos estaban tan concentrados que esos ruidos no les distraían y, si reparaban en ellos, se excitaban pensando que esos hombres estaban muy cerca, y, entonces, elevaban el tono de sus jadeos, de los «dios», de los «cabrón» y «zorra». A él le ponía eso precisamente, que ella vistiera como una zorra con blusas escotadas y pantalones ceñidos, alguna vez de cuero negro, y ropa interior con transparencias, no los sujetadores blancos de su esposa, tan aburridos. Él se hizo llamar Jack y ella Erika, aunque ambos sabían que no eran sus verdaderos nombres, que sus acentos desmentían una procedencia extraña.
Se encontraban bien en esas habitaciones reducidas, sucias, ocultas, porque allí eran otros, porque se atrevían a pedir y ofrecer lo que deseaban y porque les estaba permitido mentir. Tú pregunta lo que quieras que no te responderé o me inventaré lo primero que se me pase por la cabeza, le dijo ella el primer día.
Fueron muy felices en esas circunstancias, siempre en cuartos lúgubres de hotel de carretera, hasta que un día él le preguntó por algo y la habitación se congeló por arte de una glaciación súbita, y ella se desencantó, y él se dio cuenta, pero tarde para rectificar. No recuerdan si habló sobre una factura o sobre los campamentos del niño, en cualquier caso algo que no tocaba en ese instante ni en ese espacio sagrado; tema que él debería haber esperado para comentar alrededor de la mesa de la cocina, a la hora de la cena, cuando él recuperaba su condición de marido.

 

Fotografía de Jordi Bernadó.

 

 

Tags: Destellos

2 Responses

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