Siglo XXI
En la mañana del 29 de marzo la policía revisaba las alcantarillas ubicadas en el perímetro del pabellón Siglo XXI. Unos operarios limpiaban las pintadas que habían aparecido en los muros. Esto pasaba inadvertido a los usuarios del gimnasio y de la piscina climatizada que acceden a las instalaciones por otra calle. Son gente del barrio del Actur: antiguos obreros jubilados, clases medias, gitanas, magrebíes y algún negro de los bloques de vivienda social próximos al complejo deportivo.
VOX había escogido el pabellón como lugar para celebrar su mitin: tiene numerosas plazas de aparcamiento, enfrente existe una comisaría de la Policía Nacional y es un espacio confortable, moderno y de capacidad media. De hecho la cuña radiofónica advertía de que se repartirían poco más de mil invitaciones.
Las taquillas abrieron a las cinco de la tarde. Llegué con un cuarto de hora de demora y mi entrada era la número ochocientos setenta y seis. No estaba nada mal. En la fila las personas se miraban de soslayo, otros se saludaban. Los operarios habían hecho un buen trabajo y de los grafitis ofensivos hacia VOX solo quedaban borrones ininteligibles.
Los encargados de la atención al público eran varones de unos veinte años: pantalones de pitillo, aros en las orejas, coletas, zapatos náuticos y pulseras con la enseña nacional. Junto a la entrada colocaron un puesto con reclamos publicitarios de la fuerza política. Se podían comprar, al igual que en un concierto, gorras, camisetas y tazas. Los reunidos estaban relajados, a diferencia de los anteriores actos del partido en Zaragoza, en esta ocasión no se había concentrado ningún grupo para impedir o denunciar el mitin.
A pocos minutos del inicio, los simpatizantes parecían pocos al ocupar solo las gradas centrales. Que nadie se lleve a engaño, allí no estaban todos sus futuros votantes. En la megafonía sonaba La chica de ayer, Libre de Nino Bravo, El novio de la muerte y La muerte no es el final. Una música instrumental de carácter épico dio la bienvenida a los candidatos. Pedro Fernández y Javier Ortega-Smith bajaron las escaleras repartiendo saludos, apenas se les veía tras los congregados que ondeaban banderines de plástico. Puede que estuviesen sudados: esa mañana habían acudido al Tribunal Supremo como abogados de la acusación particular en el juicio contra los políticos presos catalanes, luego habían viajado hasta Calatayud para celebrar otro mitin y sin solución de continuidad en Zaragoza. No se quitaron sus chaquetas.
El primer discurso fue el de un candidato andaluz al Congreso. Previno que se estrenaba en esas lides y se disculpaba de antemano por si se quedaba in albis como efectivamente ocurrió. Habló de la necesidad de reclutar un ejército de mujeres buenas, honestas e íntegras. El público femenino, en un porcentaje nada desdeñable del total, asintió. Un escrutinio a las gradas descubría personas que contrastaban con el votante arquetipo de VOX: un motero de Perros del Ebro, un roquero con botas de cuero o un heavy. Cercanos a mi asiento, distinguí a dos antiguos telepredicadores políticos del Canal 44, una televisión local por cable de finales de los noventa que solo emitía, como si lo hiciera desde un búnker, sus debates, la teletienda y pornografía los fines de semana.
Pedro Fernández, candidato al Congreso por la provincia de Zaragoza ejerció de tal y centró su discurso en demandas territoriales como la supresión del impuesto de sucesiones y la despoblación. Se acordó de Echenique y pasó de puntillas por el tema del trasvase del Ebro. Se movió en la indefinición al decir que el agua es de todos los españoles y no debe ser fuente de conflictos. Me recordó a un niño que pide la paz en el mundo sin explicar cómo conseguirla, aunque no me inspiró ternura.
Javier Ortega Smith fue un orador brillante con una dicción correcta, control del tiempo, ritmo y énfasis oportunos. Su discurso fue el más beligerante sobre todo contra el independentismo y el Partido Popular. Evidenció que los populares son sus rivales e identificó a los asistentes al acto como antiguos votantes descontentos. Me sorprendió que hiciera pocas alusiones al feminismo y a la inmigración, aunque estas tuvieran el tono y el sustrato radicales que acostumbran.
En las diferentes intervenciones hubo dos ideas fuerza, una expresada de manera directa y la otra de modo subyacente. Ser votante de VOX no es motivo de vergüenza, ni tampoco sus ideas. Lo cual conectan con dos derechos fundamentales, el de expresión e ideológico. “De ciertas cosas no se podía hablar y se puede hacer. No debemos tener miedo a hablar”, “Fuera los bozales, hablamos de los que nos da la gana”, “Orgullosos de nuestras ideas”, “Orgullo de que nos llamen fachas y ultras”. No son estúpidos, el resto de partidos no les volverá a engañar y, lo más importante, no son unos marginados. Hicieron hincapié en que el partido gana cada día más adeptos y que su ideología es “una marea que se extiende en Europa”.
El discurso está impregnado de lenguaje belicoso con continuas referencias al mundo castrense. Las canciones que sonaron al principio fueron un preludio. Ortega Smith dijo que en Zaragoza comienza la resistencia y que la ciudad representa uno de los valores que se atribuye VOX, es decir, reconquistar la independencia de España, en clara alusión a la guerra contra los franceses en la que la ciudad sufrió dos asedios. Casi en cada frase se emplea un término de este cariz: “ejército de mujeres”, “las elecciones son batallas y esta guerra tiene un final, que Abascal cruce la puerta de la Moncloa”, “moral de combate”, “somos la España que lucha” o “los parlamentarios de VOX entrarán al Congreso con las virtudes militares por bandera” (me pregunto si piensan lo mismo del exjefe del Estado Mayor Julio Rodríguez). El momento en que el público aplaudió más a Ortega Smith fue cuando hizo mención a la Guardia Civil y a la Academia General Militar.
Los políticos de VOX realizaron sus mítines ajenos a la realidad más cercana, ignorando que en otro espacio del complejo deportivo había personas de diferentes razas y orígenes sociales levantando las mismas pesas. El discurso de VOX proviene del pasado más horrendo del siglo XX y se escuchó en un lugar llamado Siglo XXI.
El acto finalizó con vivas a la Virgen del Pilar, a la ciudad y a España. El auditorio se puso en pie para escuchar el himno nacional. Mientras decenas de jóvenes fueron a fotografiarse con los candidatos, aproveché para ir a los servicios. Un limpiador con cresta y el cuerpo tatuado cogió un trozo de papel higiénico tirado en el suelo. Lo alzó y lo separó de su cuerpo. Avanzó hacia donde yo estaba. Me pregunto si fue al papel o a mí a lo que miraba con cara de asco.