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Radiofrecuencias

Ayer visité a los alumnos de Administración del instituto de Utebo. Marga, profesora de inglés y traductora de  Alex´s game, me invitó a su clase para entablar una charla sobre la novela, que están leyendo en estos momentos. Debido a ello, a que no la han finalizado, no pudimos profundizar en la trama, pero sí conversar sobre otros aspectos, las razones que me motivaron a escribirla, de mis nuevos proyectos…
Al entrar en el aula, la sensación fue extraña porque no me esperaba que se tratase de una sala de informática con las mesas dispuestas en uve. Comencé a hablar y a responder a sus cuestiones, aunque, especialmente, me dediqué a observar. En ese instante no lo percibí, pero en ese espacio existían diferentes bandas de radiofrecuencia. Sí, han leído bien.
Permitan que realice un salto en mi exposición. En el siguiente vídeo se recoge una prueba sicológica consistente en estudiar las reacciones de un niño ante las expresiones de su madre. Veánlo, es muy interesante.

 

Bien, queda demostrado que el ser humano es sensible a los estímulos externos, algo que ya conocíamos, y en este particular a los gestos faciales. El niño desconoce el lenguaje, sin embargo es capaz de distinguir la expresión seria y alegre de su madre, analizarlas y extraer un significado que invariablemente influye en su conducta. Un logro y una herramienta útil en su futuro.

Imaginemos que el niño crece hasta hacerse adulto y decide escribir. Con el tiempo realiza un novela corta de misterio que es traducida al inglés y un buen día la presenta en un aula. La mujer del vídeo es suplantada por un alumnado de diferentes edades (de diecisiete a cuarenta años), con diversos intereses y gustos lectores. Cuando el escritor comienza su perorata y el alumnado lo escucha, se inicia un experimento similar al que hemos visionado.

La mayoría del auditorio mostró interés (así lo evidenció que orientase la silla y el cuerpo hacia el escritor, participase en el diálogo, incluso sonriese a las ocurrencias del orador), sin embargo, otras personas no centraron toda su atención en él, compaginando la escucha con otras tareas.

Esas posturas y gestos fueron captados y analizados por el escritor (o aspirante a serlo: un servidor) sin necesidad de que mediara el lenguaje,  gracias a que en su tierna infancia desarrolló esa capacidad de forma espontánea. Cuando me fijaba en alguien que se interesaba por la novela, por mis explicaciones me alegré como el niño. Aunque me extrañé, sin comprender qué estaba haciendo mal o si existía algo inusual a mi alrededor que les provocara el aburrimiento, cuando me percaté de que algunos se distraían puntualmente; como le ocurría al niño al buscar tras de sí en el momento en que su madre se mostraba seria.

No es beneficioso anclarse en las pasiones, es preciso reflexionar y extraer conclusiones. La charla de ayer me ha permitido conocer más sobre el oficio. La voz narrativa de un escritor emite en una determinada radiofrecuencia. En mi caso, El juego de Alex se trata de una novela corta de misterio escrita por un autor inexperto que contiene muchos defectos y alguna pequeña virtud. Esta banda de frecuencia nunca será captada por todas las personas (por ejemplo, algunas no encuentran disfrute en los libros), ni por el común de los lectores (bien porque prefieren novelas más extensas, de otro género, temática, bien porque no les gusta mi estilo o, al igual que en esta oportunidad, porque no han concluido la obra y todavía no pueden formarse un juicio). Es imposible llegar a la totalidad, agradarla, pero sí que está en mi mano preocuparme por saber qué es lo que ha fallado para producir un desinterés inicial, en los primeros y una recepción negativa de la novela, en los segundos.

No obstante, lo que realmente considero importante es descubrir las razones por las que un lector, que haya leído alguna de mis obras, emite una crítica negativa. Si un conjunto de personas coinciden en determinados aspectos es probable que sus apreciaciones sean certeras. De ahí la importancia de contar con lectores sinceros que no tengan reparos en manifestar sus impresiones, aunque sean solo un puñado, y de que yo sea humilde para estudiarlas y mejorar en mis próximos escritos.

La voz narrativa que posea en el futuro (mi radiofrecuencia) con seguridad en poco se parecerá a la actual, todavía por perfeccionar y afectada por nuevas inquietudes. Soy consciente de que no sintonizara con algunos, pero debo intentar que llegue sin interferencias y que los que la escuchen, vibren con ella o, al menos, no sientan haber perdido el tiempo conmigo.

Me quedó pendiente decirles a los alumnos cuáles son los objetivos que persigo al escribir. Citaré el libro de Vila Matas, Kassel no invita a la lógica (en la entrada anterior también lo hice, prometo que no estoy a nómina, pero se prodiga en fragmentos brillantes):

 

«Me acordaba de aquello tan sencillo y candoroso que se había preguntado Kafka en cierta ocasión: <<¿Será cierto que uno puede atar a una muchacha con la escritura?>>. Pocas veces se ha formulado con tanta ingenuidad, tanta precisión y tanta hondura la esencia misma de la literatura (…). Porque contrariamente a lo que creen tantos, no se escribe para entretener, aunque la literatura sea de las cosas más entretenidas que hay, ni se escribe para eso que se llama contar historias, aunque la literatura está llena de relatos geniales. No. Se escribe para atar al lector, para adueñarse de él, para seducirlo, para subyugarlo, para entrar en el espíritu de otro y quedarse allí, para conmocionarlo, para conquistarlo…». 

 

Tras leer este bello pensamiento, lo comparo con lo que expongo en mi página web: «Mis objetivos son conseguir libros que hagan experimentar sensaciones al lector y que lo entretengan», y me avergüenzo (tendré que cambiarlo sin que nadie se entere).

Ese debe ser mi horizonte: lograr atar al lector, que una vez que localice mi radiofrecuencia no pueda ni quiera abandonarla. Porque la satisfacción es inefable cuando miras a alguien a los ojos y, sin necesidad de que medie palabra, adivinas que le ha encantado lo que has escrito; tal vez cercana a la alegría de un niño cuando su madre le sonríe.

Gracias a todos los alumnos de Administración del instituto de Utebo por escucharme y leerme, aunque con alguno no comparta radiofrecuencia; estuve a gusto, aprendí de ustedes y me hicieron meditar y, por último, perdonen por haberles hecho partícipes de este experimento que ni yo sabía que iba a suceder.