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¿Por qué nadie está conforme con la muerte de Blesa?

Tristeza y respeto son las reacciones ante el suicidio de alguien que no encuentra sentido a la vida, padece una enfermedad incurable o se siente agobiado por problemas irresolubles. La respuesta cambia ante el suicidio de un criminal o un delincuente. La pena torna en indiferencia o incluso en cierta rabia. ¿Por qué este último sentimiento?

El carcelero que llevamos dentro se siente frustrado. Lo que quiere es que el culpable sufra la separación de su familia y el confinamiento. Lo que desea es obligarlo a vivir en un lugar y de un modo ajeno a su voluntad.

Que el criminal se mate antes de ser encarcelado es una forma de evadir la justicia y la ley natural ( no muere a causa de la enfermedad o de un accidente). La decisión del malvado se impone sobre la voluntad de la comunidad y esta se rebela, aunque sea menos gravoso el ajusticiamiento personal que una pena capital o de cárcel.

La muerte a propias manos no es bastante castigo porque el culpable se la inflige en plenitud de su libertad. Castigo y libertad son conceptos contradictorios que nuestra mente no asocia o, mejor dicho, soporta. Dudamos de si ha existido arrepentimiento, culpa, honestidad y agonía en grado sumo tras la cuerda que rompe el cuello.

El suicidio de Blesa nos lleva a reflexionar sobre la condena: ¿salda la vida el daño causado? ¿Es insuficiente porque un verdugo no se ha vengado en nuestro nombre? ¿O porque no hemos visto con nuestros ojos como se meaba encima antes de expirar?