El arte de escribir
¿Cuántos libros podemos considerar obras de arte? En el año 2012 se editaron en España 21.684 libros de creación literaria. De ellos, las obras de arte probablemente no lleguen a cincuenta, en cualquier año. El resto de libros los dividiré en: intentos fallidos y prescindibles.
Los intentos fallidos son obras de calidad, de indudable mérito, pero que no alcanzan la excelencia en su conjunto. Estas obras son necesarias porque los autores que no han logrado la maestría aprenden, labran su estilo. Son pues el germen de las futuras obras de arte.
Los libros prescindibles constituyen errores que nadie echaría en falta si no hubieran sido publicados. ¿Sus autores cometieron un delito al escribirlos? No, únicamente un crimen literario. No obstante, de todas las modalidades de crimen, la literaria me parece una de las menos dañinas. En cualquier caso, al igual que los escritores que realizan intentos fallidos, los autores que escriben libros prescindibles tienen derecho a equivocarse, ello les permite reflexionar para que su futuro trabajo mejore. De hecho, muchos catálogos de grandes escritores cuentan con un libro prescindible.
Una creación literaria se puede considerar arte cuando conmociona al lector, suscita un leve sobresalto que lo despierta del sopor, y cuando lo realiza con un uso bello y preciso del lenguaje.
Una obra de arte abre la brecha a través de las preguntas que formula, de una mirada singular a las situaciones que expone, que permiten al lector identificarse con los personajes, con sus pensamientos y sensaciones. Subrayo la singularidad en la obra de arte puesto que esta debe huir de los lugares comunes como el débil de la epidemia.
La belleza supone el deleite del lector y se logra al escoger las palabras exactas y una estructura narrativa eficaz, al imprimir un ritmo y una musicalidad.
Estas cualidades, por intangibles que sean, pueden identificarse en la lectura de un solo párrafo. Cualquier persona es capaz de ello. Voy a utilizar ejemplos concretos para demostrar que podemos distinguir una obra de arte literaria. Así que para el ejercicio necesito de su colaboración. Leeré tres extractos de obras publicadas, de ellos, ustedes indiquen cuál es el intruso, cuál corresponde a un libro prescindible.
En el primero de los casos, expongo el párrafo inicial del libro:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.”
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro”.
“Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo.”
El primer párrafo corresponde a Lolita de Nabokov. ¿Han pensado alguna vez, ustedes, en el nombre de su persona amada? ¿En la manifestación física de ese nombre, que es la colocación de la lengua en su pronunciación? Es sin duda una presentación sorprendente, inaudita la que Nabokov nos plantea. Y se puede apreciar otro elemento consustancial a la obra de arte literaria: trata con respeto al lector, lo considera un sujeto inteligente. Por ello, no expresa directamente que Lolita es una niña, permite al lector participar, que deduzca a través de los signos que se trata de una menor.
El segundo párrafo corresponde a El amor en los tiempos de cólera de Gabriel García Márquez. En las dos primeras frases conecta un recuerdo sensorial común —el olor de las almendras amargas— con el desamor de uno de los protagonistas. Gabriel García Márquez logra de este modo penetrar en el cerebro del lector de manera sutil. Gabo nos ha vencido sin darnos cuenta.
En el siguiente ejercicio, detallo párrafos al azar en los que el escritor podría haberse relajado, pero que siguen rezumando belleza y verdad, salvo el intruso, claro.
“Llamo a mi madre, que vive en Georgia, para saber cómo está y para que me desee suerte en los exámenes. Empieza a contarme su última aventura: está aprendiendo a hacer velas. Mi madre se pasa la vida emprendiendo nuevos negocios. Básicamente se aburre y necesita hacer lo que sea para ocupar su tiempo, pero le es imposible centrarse en algo mucho tiempo. La semana que viene será otra cosa. Me preocupa. Espero que no haya hipotecado la casa para financiar este último proyecto. Y espero que Bob —su relativamente nuevo marido, aunque es mucho mayor que ella— la controle un poco ahora que yo ya no estoy en casa. Parece mucho más responsable que el marido número tres”.
“Ella danza sin cintura y canta sin voz en voluptuosa ofrenda a su dioses: a la lluvia, que tiñe de negro su corteza áspera; al sol, que hace brillar el verde oscuro de sus hojas; a las estrellas, que se perfilan entre ellas, mecidas por la brisa, multiplicando las bendiciones del hielo del invierno. Se retuercen sus ramas en complicados escorzos que petrifica el tiempo y hay una canción secreta de susurros, crujidos, movimientos de insectos o pájaros que en ella se cobijan y roedores que merodean entre el castillo de sus raíces desnudas. Las mujeres olivo conocen el secreto del vuelo silencioso de la lechuza. Hay, para quien sabe oírla, una ancestral sabiduría en la conversación entre mujer olivo y mujer olivo, plagada de leyendas”.
“A veces cuando eran muy pequeños, la madre les llevaba a ver la noche de la estación seca. Les decía que miraran bien ese cielo, azul como en pleno día, ese alumbramiento de la tierra hasta donde alcanza la vista. Que también escucharan bien los ruidos de la noche, las llamadas de la gente, sus risas, sus cantos, también el lamento de los perros, atormentados por la muerte, todas esas llamadas que hablaban a la vez del infierno de la soledad y de la belleza de los cantos que hablaban de esa soledad, había que escucharlos también. Que lo que solía ocultarse a los niños había por el contrario que decírselo, al igual que lo de mirar el cielo, la belleza de las noches del mundo. Los hijos de la madre le habían pedido muchas veces que les explicara lo que ella entendía por eso. La madre había contestado siempre a sus hijos que no sabía, que nadie sabía eso. Y eso también había que saberlo. Saber, ante todo, esto: que no se sabe nada. Que incluso las madres que decían a sus hijos que lo sabían todo, no sabían”.
El segundo párrafo corresponde a La mujer olivo, un relato de Cristina Cifuentes y el tercero a El amante de Marguerite Duras. En ambos destaca la musicalidad, ese ritmo envolvente del que les hablaba. El relato de Cifuentes es visual, sus imágenes son poderosas, nos sitúan junto a un olivo y la naturaleza circundante. Y el párrafo de Duras describe un momento en la educación entre una madre y sus hijos y para ello prescinde del tópico: a los niños hay que mostrarles la tristeza y reconocer la falta de certidumbres de los adultos.
Ahora que sabemos e intuimos la obra de arte, la siguiente pregunta podría ser: ¿Cómo se consigue escribir una?
Es una cuestión sin respuesta o con soluciones vagas.
El primer requisito es la lectura de, sobre todo, obras de arte, pero también de libros malos para que el contraste que causan nos indique el camino a eludir, lo que no funciona.
Existen talleres de escritura y libros de método que explican las técnicas narrativas y pueden ayudar, de hecho lo hacen, pero no son la panacea. No se puede escribir siguiendo un manual de instrucciones y si se hace, los libros serían meras copias, fruto de una producción en cadena, más que obras creativas.
Quizá aplicar el talento es la única clave para escribir una obra de arte. El talento es un instinto que aglutina inteligencia y emoción. Si la dosis de los elementos es desequilibrada, el resultado será un intento fallido. Aunque en ciertas ocasiones existen obras escritas con más inteligencia que emoción, o a la inversa, y sin embargo son puro arte: es un misterio cómo combinar estos dos elementos.
A la hora de aplicar el talento es preciso tener en cuenta que, por suerte o por desgracia, a diferencia del oficio, el talento no se adquiere, ya que es una cualidad innata que pocos poseen. De ahí que existan escasas obras de arte.
En el año 2001 el periódico El País preguntó a varios autores por qué escribían.
Existen tantas razones como escritores, pero los motivos podrían reunirse de la siguiente forma:
- Porque ordena la realidad, configura el mundo. De modo que existe un sentimiento previo de inconformismo.
- Porque facilita el conocimiento de lo que nos rodea y de nosotros mismos.
- Porque se convierte en una necesidad vital.
- Porque es una medida de preservación. (Como dijo Use Lahoz: “En el acto de escribir interviene la memoria, la experiencia y la imaginación, bienes a proteger”).
- Porque es lo que mejor sabe uno hacer y por ello causa disfrute.
- Para emular lecturas previas.
Leila Guerriero lo señaló así de bonito: «(…) si uno escribe, es, en general, porque siente el impulso insolente, y al mismo tiempo incontenible, de replicar el virus implantado —en uno— por los libros que leyó».
Comparto todas las afirmaciones en cierta medida, aunque mayormente la última: porque se pretende reproducir el efecto que han provocado en ti otras obras.
Respecto a que causa placer porque es la actividad que uno mejor desarrolla, tengo mis dudas. Para Leila Guerriero la satisfacción solo se produce con el resultado final y no siempre. Durante el proceso el escritor siente angustia, frustración y un compromiso con la perfección que le atenaza y obsesiona.
Hace unas semanas visité la exposición de Sorolla en el Caixaforum. El pintor pensaba, preocupado, que los pigmentos limitaban su pintura para representar las tonalidades de la luz que sus ojos percibían en la costa. Al escritor le sucede algo similar. El medio para expresar la hondura de los pensamientos y sentimientos son las palabras y estas son incompletas siempre. De ahí, la lucha consigo mismo del escritor por hallar la palabra más cercana a la realidad que desea comunicar.
Si el escritor se inquieta durante meses o años en el proceso creativo, ¿para qué lo hace? Esta es una pregunta similar al por qué anterior, pero con un matiz diferente.
Con la literatura no se hace uno rico, ni siquiera los royalties permiten dedicarse en exclusiva al oficio. No todos los autores que escriben obras de arte ganan suficiente dinero para vivir con dignidad y menor es el número de ellos entre los que han escrito un intento fallido. Y menor aún entre los que escriben libros prescindibles. Menor lo digo en términos porcentuales, ya que, de manera paradójica, siempre entre los libros más vendidos existen libros prescindibles. En el comienzo de la charla, los dos párrafos intrusos entre los ejemplos para identificar una obra de arte corresponden al mismo libro que, a pesar de ser deficiente, fue el más vendido en el año 2013 en España. Me refiero a Cincuenta sombras de Grey. Esto nos obligaría a plantearnos una pregunta: ¿Qué demonios leemos? Pero este no es el tema.
Si no se escribe para ser millonario, para qué se hace. La respuesta me la proporcionó Vila Matas y a él se la dio Kafka. Decía lo que sigue:
“Me acordaba de aquello tan sencillo y candoroso que se había preguntado Kafka en cierta ocasión: “Será cierto que uno puede atar a una muchacha con la escritura?”. Pocas veces se ha formulado con tanta ingenuidad, tanta precisión y tanta hondura la esencia misma de la literatura (…). Porque contrariamente a lo que creen tantos, no se escribe para entretener, aunque la literatura sea de las cosas más entretenidas que hay, ni se escribe para eso que se llama contar historias, aunque la literatura está llena de relatos geniales. No. Se escribe para atar al lector, para adueñarse de él, para seducirlo, para subyugarlo, para entrar en el espíritu de otro y quedarse allí, para conmocionarlo, para conquistarlo…”.
En efecto, yo no concibo otra forma de poder pacífica y generosa como la escritura lo es.
Datos de edición de libro en España: Observatorio de la Lectura y el Libro: http://www.ine.es/prensa/np771.pdf