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Desayuno con un asesino

Una madre no piensa que cuando su bebé sea adulto matará a otro hombre. Sueña que crecerá sano y superará las enfermedades, que será un alumno aplicado, un deportista brillante, un joven sano que, a lo sumo, pruebe un porro pero le disguste, un hombre alto y guapo, seductor, por el que las mujeres suspiren, aunque listo para ennoviarse con la chica adecuada. Una madre desea que su hijo ejerza una profesión reconocida y bien remunerada que le permita vivir con holgura y matricular a sus nietos en los mejores colegios, que actúe con honestidad y honradez, que la cuide llegado el momento. Una madre conoce los imponderables que pueden desviarlo del buen camino y está alerta para atajarlos en cuanto aparezcan. Una madre teme más que su propia muerte la del hijo y reza para que en la noche del sábado conduzca sobrio, esquive un mal golpe en una pelea, para que regrese. Todo lo puede imaginar una madre, pero no que su hijo asesine.

Algo de esto pensé cuando estudié la fotografía en el álbum que el doctor de la cabeza, así quiere que lo llame, me trajo a la entrevista. Su madre posaba orgullosa y alegre con él en brazos. La fotografía fue revelada en blanco y negro, hoy está cuarteada y es el único testimonio gráfico del amor que existió entre ellos.

Escritor (E): ¿Cuándo empezaste a preocuparla?

Doctor de la cabeza (DC): ¿A mi vieja? Desde crío, pero en serio, cuando empecé con la droga.

E: ¿En qué año fue eso?, o, si te es más fácil recordarlo, te lo pregunto de otra forma: ¿cuántos años tenías?

DC: Unos dieciocho. ¿Pero ya saltas ahí? ¿No me vas a preguntar sobre mis padres y ese rollo?

E: No creo en la familia ni en el entorno socioeconómico para explicar las decisiones que se toman muchos años después. (El camarero me sirvió un café con leche y un trozo de bizcocho y al doctor de la cabeza un tubo de cerveza y un bocadillo de jamón que pagué al final de la cita). Nacer en una familia humilde con un padre abusador o alcohólico no predispone a convertirte en un violador. Millones de personas crecen en ambientes difíciles y de mayores no cometen ningún delito y, por el contrario, niños pijos que han tenido una infancia feliz acaban siendo asesinos en serie.

DC: Ya, pero pon alguna cosa, que me hace ilusión.

Sus padres procedían de pueblos de la provincia y emigraron a la ciudad a principios de los sesenta. La boda se celebró al poco de conocerse. Se compraron un piso pequeño en un barrio periférico junto una fábrica de piensos que olía mal. Los niños tardaron en llegar, pero una vez lo hicieron, vinieron seguidos. El doctor de la cabeza fue el tercero. Mal estudiante, no destacó en ninguna competición ni arte. «Metía unas hostias como panes» y se ganó el respeto de sus compañeros. Abandonó el instituto a los dieciséis años, coincidiendo con la crisis económica, y no encontró empleo. Aunque no es exacto del todo: su padre influyó para que le contrataran en una envasadora de leche. La oportunidad duró un mes, hasta el día en que el encargado le sorprendió tumbado en un rincón. No queda muy claro si él convenció a sus amigos o fueron estos los que lo hicieron para fumar, beber y meterse en líos. Luego probaron la heroína.

DC: Porque estaba de moda y toda la peña decía que era lo mejor. Mis viejos que no eran tontos se dieron cuenta, además las marujas les chismoteaban que me escondía con yonquis detrás de las tapias del cementerio. Me metieron en un centro de desintoxicación. Se gastaron la pasta que tenían ahorrada. Total, para nada. Cuando salí fue peor.

A los veinte años ingresó en prisión por robar en una gasolinera. En el álbum de fotos, su madre aparece, al igual que él, más demacrada conforme pasaba el tiempo y él entraba y salía de la cárcel, vencía y recaía en la adicción. Es una historia que conocemos de memoria por repetida demasiadas veces.

Reparé en que los clientes de la cafetería nos miraban de soslayo y que ninguno saludaba al doctor de la cabeza a pesar de que me había dicho que pasaba las mañanas en el establecimiento.

DC: Soy un apestado. No querían que volviese al barrio cuando salí en libertad.

Dan igual los acontecimientos, logros y errores que configuren tu biografía, solo serás recordado por lo más llamativo. Puedes ser un mentiroso y serás reconocido porque te ha tocado la lotería, puedes ser diplomática y cuchichearán que eres la madre del niño retrasado, puedes ser maestro y te llamarán el cornudo. Doctor de la cabeza era el asesino.

Asociamos un refugio en el bosque con un lugar seguro. En noche cerrada, perdidos en un laberinto de árboles, cualquier sonido (una rama que se cae, el viento, un arroyo) se confunde con la amenaza de un animal peligroso, de un perseguidor. Al encontrar la cabaña iluminada con una chimenea que exhala un penacho de humo, pensamos que en el interior aguarda un ermitaño que nos ofrecerá sopa caliente o un grupo de amigos que cantan, tocan la guitarra y se hacen risas todos juntos como cuenta la canción de Celtas Cortos.  20 de abril del noventa se convirtió en un éxito radiofónico en 1991, el año de su lanzamiento, el mismo en que el doctor de la cabeza y el resto de doctores mataron al guardia forestal, puede incluso que este escuchara la canción en su walkman cuando entró en la cabaña donde trapicheaban.

E: No vayas tan rápido. ¿Cómo planeasteis encontraros en aquel lugar?

DC: Estábamos presos el dentista, el doctor del corazón, el doctor del estómago y yo. También había dos más pero mejor ni lo escribas.

E: ¿Por qué?

DC: No tuvieron nada que ver. Seguramente no lean esto, porque no leen una mierda, pero prefiero evitar problemas.

E: Descuida, me leen muy pocos.

DC: Por si acaso no lo pongas. Estábamos presos y en la trena controlábamos parte de lo que circulaba. El doctor del corazón tenía una novia que era la mensajera. En los vis a vis le decía los días y horarios en que nos llevaban al bosque y entonces ella se lo contaba a los hermanos del doctor amor y cogían el coche hasta el refugio. Allí nos pasaban la mercancía y nosotros les pagábamos.

E: Yo sé el motivo por el que os permitían salir, pero los lectores lo desconocen. Por favor, explícalo.

DC: Nos apuntamos a un curso para cuidar la naturaleza y esas movidas, y como teníamos buen comportamiento, se fiaron y nos lo dieron. Éramos dos cuadrillas de seis personas cada una y teníamos un monitor. Nos llevaban en un furgón de la Guardia Civil, pero ya en el sitio, los picoletos se quedaban en el coche y esperaban a que volviéramos. Era mucho curro, de nueve a doce de la mañana cavando cortafuegos, desbrozando y esas movidas. Había dos cuadrillas y un solo monitor, que se movía cada hora para estar con unos y otros enseñando. Vimos enseguida la oportunidad. Más segura que lo que hacíamos al principio que era que la novia del doctor del corazón se metiera el chocolate en el coño o que la madre del dentista escondiera los pollos en el sujetador. Tenía buenas tetas la mujer, pero te exponías a que en un cacheo la pillaran.

E: Vuelve al día en cuestión.

DC: El monitor estaba con cada cuadrilla a la misma hora. A nosotros nos dejaba sueltos a las diez, y esa era la mejor hora para quedar con los hermanos en el refugio porque nadie nos vería. Así hicimos y nada tendría que haber pasado si no hubiera entrado el guarda. No era personal de la cárcel, pero nos pillaría entrando, sabía que andábamos por el bosque, quienes éramos y metió las narices donde no le llamaban. El tío en plan chulo que qué cojones hacíamos. Pues ya ves, le dijo el doctor del estómago. Que si nos iba a denunciar, que éramos escoria. Lo cogieron los hermanos y le metieron buenas hostias. El doctor del estómago les dijo que le dejaran hacer. Puso en marcha la motosierra y todos pensamos que lo hacía para acojonar al guarda. Él dice que solo se la iba a acercar, pero se pasó y le rajó la tripa. Te puedes imaginar, las motosierras tienen mucha pitera y cortan que no veas, y la carne a fin de cuentas es papel de liar. Fue una carnicería, todo culpa del doctor del estómago. Los hermanos también estaban sujetando, pero el dentista, el doctor del corazón y yo no hicimos nada, te lo juro. Lo único que hice fue vomitar.

E: No tardaron mucho en inculparos.

DC: Al día siguiente nos interrogaron porque blanco y en botella, leche: por allí no pasaba ni Dios, solo nosotros, todos en prisión por no ser precisamente angelitos. Lo negamos y el monitor, que era lelo pero buena persona, dijo que en ningún momento nos había visto nerviosos y que nuestras ropas estaban sin rastros de sangre. Normal, las habíamos limpiado con agua y las que seguían manchadas, las medio enterramos. El error fue no meter en una zanja al guarda o tirarlo al embalse, pero con los nervios y la falta de tiempo lo que lanzamos al río fue la motosierra.

E: La encontraron los buzos semanas después y también la ropa.

DC: Eso fue una putada.

E: Te olvidas de la confesión del compañero de celda.

DC: Ni que lo digas. El dentista era un bocazas y esa noche se lo contó. El hijo puta del compañero se metía mogollón, la poli lo sabía y esperó a que tuviera el mono para preguntarle si tenía algo que contar. Me figuro que le ofrecerían alguna dosis y largó lo que sabía y más. Cuando salí pensé en hacer algún trabajillo en el País Vasco para que me metieran en Nanclares de Oca, que es donde dicen que anda enchironado. Pero ya no tengo fuerzas, que lo hagan los demás, yo prefiero morir en mi cama.

E: ¿Cuánto hace que te dieron la libertad y por qué?

DC: Dos años. Cogí el SIDA y, como me estoy muriendo, me soltaron.

E: Mucha gente pensará que llevas demasiado tiempo muriéndote.

DC: Que les jodan.

Apagué la grabadora y salimos de la cafetería, yo sin probar bocado. Le hubiera pagado otra cerveza por fotografiarlo en la calle con el fondo difuso de unos grafitis que decoraban el muro de una casa baja. Se negó.

E: No te he preguntado si te arrepientes y si has pedido perdón.

DC: Yo no hice nada. Solo me puedo arrepentir de haber entrado en ese refugio. Sobre el perdón, qué quieres que te diga. A la familia del guarda no le vale de nada que le pidamos perdón y a mí tampoco que me perdonen. No los conozco, pero fijo que hubieran querido que nos muriésemos en la trena o que nos hubieran condenado a pena de muerte como en Estados Unidos. Y qué quieres que te diga, en mi caso, no hablo por los demás, casi que lo hubiera preferido. A veces se me pasan ideas locas por la cabeza para acabar con esta mierda de vida, pero me falta valor. Esto que te he dicho no lo pongas.

E: ¿Algo más que añadir?

DC: A mi madre nunca le pedí perdón y me habría gustado hacerlo.

Desayuno con un asesino es un relato de ficción. La entrevista nunca se ha producido y cualquier coincidencia con la realidad es puro azar.

La fotografía de la portada se titula 1816 Nina and Marta y su autora es Aga Slodownik.