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El día del peculio

Una profesora nos ha advertido de que hoy no era un buen día para dar una charla en la cárcel.

En el salón de actos había cerca de cincuenta reclusos atentos a lo que decíamos. Un joven ha sido el primero en levantar la mano en el turno de preguntas. Había ingresado hace poco y no le había dado tiempo a apreciar las obras, pero nos quería felicitar por el título: «Vidas siniestradas es igual a como están muchas de nuestras vidas». Alguien le ha corregido, el título es Vidas desguazadas, y se ha molestado porque todos se han reído. «Es lo mismo que he dicho». Estaban muy interesados en saber si las historias eran reales, qué habíamos querido transmitir, cuál era la interpretación acertada. Algunas obras habían generado mucho debate respecto a esto último.

Un latinoamericano que lee microrrelatos de Iwasaki se ha quejado de que es muy difícil publicar. Que solo una falsa editorial le ha ofrecido una edición a cambio de que él les pagase cuatro mil euros. Me ha sorprendido que varios hayan confesado en público que escriben, sobre todo cartas de amor. Nadie se ha burlado. Sin embargo, más allá de comentar que la exposición les ha gustado o su composición favorita, nadie ha expresado los sentimientos que le ha provocado. No lo reprocho, es difícil para cualquiera. Más tarde, fuera del salón de actos, los hemos conocido.

Esta noche he soñado con la persona que vivía en nuestro pueblo y que descubrimos estaba encarcelado en la primera visita. Jugábamos al fútbol cuando realmente nunca lo hicimos. Hoy hemos hablado con él y tampoco lo habíamos hecho cuando estudiábamos en  el mismo colegio. Ha insistido en que no está mal, que vive en el módulo de respeto, exclusivo para reclusos con buen comportamiento, que confían en él y tiene ciertos privilegios. Vio a Igor el Ruso en el módulo formativo. Esposado, unos guardias lo escoltaron desde los pabellones de alta seguridad hasta el módulo para que los carabinieri lo interrogaran. «En la tele parecía un tío fuerte, pero después de meses encerrado se ha quedado hecho una mierda. No sé para qué tanta gente lo vigila si no tiene ni media hostia. Ha matado, pero con una pistola». Luego ha añadido que sabe que lee Astérix y Obélix porque él gestiona en parte los préstamos de la biblioteca.

Raúl y yo hemos sido cuidadosos en las palabras que empleábamos con los presos. El lenguaje coloquial nos domina tanto que es imposible escapar de él durante una conversación larga. Al conocer que le quedaba un año de condena, le he dicho que eso se pasa volando. He reparado en que en una celda el tiempo jamás pasará rápido y en que él reprocharía mi torpeza, aunque no ha sido así, ha asentido. Me ha mostrado sin pretenderlo que el lenguaje debe ser espontáneo, franco, que lo neutro y correcto no nos debe encorsetar. Que solo los puntillosos se escandalizan y a ellos es innecesario tenerlos en cuenta.

Los profesores nos han saludado al cruzarnos en los pasillos. He notado cierta admiración que enseguida he comprendido de dónde procedía. Todos nos han referido un episodio novedoso. Tras visitar la exposición, uno de los grupos más avanzados fue incapaz de comentarla al regresar a clase. Estuvieron llorando durante unos minutos. Una alumna fue condenada por homicidio al conducir en dirección contraria. El hermano de otro hombre fue atropellado. Son historias que no se cuentan en Vidas desguazadas, aunque es natural conectarlas. Sin embargo, una presa sí que vivió exactamente lo que hemos narrado en una obra.

De las fotografías de Raúl me encanta el modo en que capta la luz. Cuando hicimos la sesiones yo observaba lo mismo que él, a su espalda, y esperaba escéptico. «No va a sacar nada. Aquí no hay foto». Luego miraba la pantalla del ordenador y comprobaba lo equivocado que estaba. A plena luz del día, en los primeros meses de verano, Raúl consiguió fotografías tenebrosas cuando eso era lo que buscaba. Solo he visto eso en el cine, en ¿Quién puede matar a un niño?, una película dirigida por Chico Ibáñez Serrador. Una de las fotos representativas de esto es la siguiente:

 

 

La mujer que más lloró en esa aula fue una colombiana que había sido secuestrada en un maletero. Hemos cruzado una barrera. En los lugares donde habíamos expuesto con anterioridad, los visitantes se sentían representados en las historias de amor, en algunas melancólicas, pero solo podían acercarse con la imaginación a las narraciones más oscuras. En la cárcel muchos han tenido padres alcohólicos, han sido víctimas de abusos en su infancia o son delincuentes violentos. Incluso ahora sabemos que una fue encerrada en un maletero. Por primera vez unos visitantes fueron protagonistas de las narraciones más negras que planteamos. Uno de los objetivos de Vidas desguazadas era despertar reacciones, que nadie saliese indiferente, que el impacto se prolongara unos minutos. Esto ha pasado en la cárcel de Zuera, quizás con mayor intensidad de la buscada. No sé hasta qué punto es un logro que unos convictos lloren como niños después de ver la exposición, si puede ayudarlos en algo. Los maestros les propusieron escribir microrrelatos. Les ha obligado a ser creativos, a encontrar palabras para su culpa. Quizás haya merecido la pena, ninguno se ha quejado y me recuerdo que solo los puntillosos se escandalizan.

La profesora nos dijo que los jueves los alumnos están nerviosos porque es el día en que los familiares les ingresan dinero para sus gastos. Que seguramente estuviesen distraídos, deseosos de comprobar si la promesa exterior se cumplía o preocupados ante la posibilidad de que el compañero que les había pedido prestado dinero porque había gastado su peculio antes del jueves no se lo devolviese.

La experiencia de este día y los ánimos para que sigamos trabajando juntos han sido pago suficiente. Pasan a la mejor hacienda: la memoria. Hoy jueves, también ha sido nuestro día del peculio.

 

71 Responses

  1. La realidad supera la ficción, felicidades a vosotros y felicidades a las personas que estando en prisión, han sabido abriros los ojos a expectativas nuevas en vuestros proyectos.
    Enhorabuena.

    Eloy

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